LA GUERRA DEL ASIENTO

 

 

En los tiempos de la Guerra de Sucesión española la situación de la nación, tras años de hambre y destrucción no podía ser peor. La situación militar era un reflejo de ello: España adolecía de lo más básico para defenderse, pues prácticamente carecía de ejército y de marina. Al acabar esta guerra el país estaba hundido.

 

La devastadora guerra de Sucesión se desarrolló principalmente sobre tierra, pero lo que en ella se jugó estaba en la mar. Por mar se perdieron Gibraltar y Menorca ... y por mar debía llegar el "maná" americano que restañase las heridas. Por eso no es de extrañar que, firmados los tratados de Utrecht, la atención de Felipe V se centrase en el renacimiento de la Marina.

La Armada en la primera mitad del siglo XVIII. José María Blanco Núñez. Blas de Lezo. El valor de Mediohombre. Publicaciones del Ministerio de Defensa, 2013.

 

Cuando estalló la Guerra del Asiento reinaba Felipe V, que lo hizo hasta 1746, por lo que su hijo Fernando VI ocupó el trono durante los dos años finales de esta guerra colonial, es decir, de 1746 a 1748, cuando el escenario ya se había trasladado a Europa a causa de la Guerra de Sucesión Austríaca.

 

Desde el primer día en que se instauró la nueva monarquía borbónica era evidente la necesidad de reconstruir una armada naval prácticamente desaparecida. Era una de las reformas urgentes pues no había defensa naval para los dominios españoles, que dependían de ella. Dos fueron los reformadores durante el reinado de Felipe V: Merchor Rafael de Macanaz y José Patiño. Macanaz presentó en 1714 un bloque de 55 propuestas de cariz mercantilista que pasaban, necesariamente, por la construcción de una Armada que protegiese el comercio exterior. Patiño puso su empeño, entre otros objetivos, en la construcción de la fuerza naval que España necesitaba.

 

La Real Armada es creada en por Real Cédula de 21 de febrero de 1714, constituyéndose la marina española como conjunto y realidad única de interés nacional en lugar de la medieval y anticuada dispersión local anterior (sólo quedó diferenciada, por sus especiales características, la escuadra de galeras con base en Cartagena, pero de todas formas quedó igualmente integrada en 1748). Quedan reunidas, en una sola,  la Armada del Océano, la de Guardia de la Carrera de Indias, la de Avería, la Armada de Barlovento, la Armada de los Mares del Sur y Filipinas, la de Cataluña, la de Flandes, la de Nápoles, la de Portugal, la Flota de Nueva España y la Flota de Galeones de Tierra Firme.

 

Tres años después se crea en Cádiz la Real Compañía de Caballeros Guardiamarinas cuyo objetivo es la preparación completa de los futuros oficiales que han de obtener conocimientos marítimos y militares, profesionalizando así a la oficialidad. Para ello, Patiño, a la sazón Intendente General de Marina recientemente nombrado en enero de 1717, redactó las "Ordenanzas e instrucciones que se han de observar en el cuerpo de la Marina de España", fechado el 16 de junio de 1717.

 

De capital importancia fue la obra del ingeniero Antonio de Gaztañeta, que impuso el sistema constructivo denominado "a la española", o "sistema Gaztañeta", que será el utilizado en la construcción naval durante la primera mitad del siglo XVIII  (más detalles en el CAPÍTULO 1).

 

Para reiniciar la construcción naval, Patiño organizó un primer astillero en San Feliú de Guixols, en la provincia de Gerona. Allí se botaron los primeros navíos de la nueva marina de guerra borbónica: en 1716 el San Felipe (80), en 1718 el San Bartolomé (66) y el Cambí (66), y en 1719 el Catalán (62).

 

Decidió Patiño en 1721 que Cartagena, además de ser la base de galeras del Mediterráneo, contase con un arsenal para navíos. Después ordenó reformas en el astillero de La Habana. Luego promulgó una Ordenanza de Arsenales. Asímismo, Patiño fue quien impulsó la creación del arsenal de La Carraca, en Cádiz. Posteriormente Patiño pasó a ocupar la Secretaría de Marina.

 

También se tomaron medidas organizativas y de administración, así como la creación de los Departamentos marítimos de El Ferrol, Cádiz y Cartagena y se fomentó la construcción naval en los astilleros. La reorganización incluyó la creación de los Batallones de Marina y las Brigadas de Artillería.

 

Todo ello gracias a los esfuerzos del gran impulsor de la reconstrucción naval española que fue Don José Patiño y Rosales, quien con su febril actividad creó la nueva Real Armada prácticamente desde cero. Todo el conjunto de medidas adoptadas atendían a la necesidad de afrontar los retos impuestos por los nuevos tiempos, no solo por la nueva concepción del Estado sino, y sobre todo, por razones tecnológicas.

 

Sin ninguna duda, el impulso de Patiño a la construcción naval española fue soberbio. A modo de resumen basten dos citas, la primera del gran historiador e hispanista John Lynch en su obra Historia de España (Volumen 5). Edad moderna: crisis y recuperación 1598-1808 :

Cuando Patiño se hizo cargo de la Intendencia de la Marina en 1717, no había ni siquiera un paraje donde se pudiera “cocer un caldero de brea”. A su muerte, en 1736, dejó una flota de 34 barcos en línea, 9 fragatas y 16 barcos de menos entidad.

La segunda, de José María Blanco Núñez, publicada en La Armada en la primera mitad del siglo XVIII, artículo integrado en la publicación del Ministerio de Defensa (2013) Blas de Lezo. El valor de Mediohombre:

En 1736 falleció don José Patiño. Desde 1717 hasta la fecha del óbito, la Armada había recibido:

- 63 navíos (2 de La Graña, 3 de Cádiz, 15 de La Habana, 17 de Guarnizo (Santander), y 26 de otros astilleros o comprados en el extranjero).

- 47 fragatas (39 producto de presas o comparadas, 6 de Guarnizo, 1 de La Habana y otra de La Graña).

 

(Pulsar en las imágenes para ampliarlas)

IZQUIERDA: Retrato de José Patiño y Rosales. Grabado de Joaquín Ballester durante la segunda mitad del siglo XVIII basado en un retrato anterior a 1735 original de Jean Ranc. Biblioteca Nacional de España.

 

ARRIBA:  primera página del informe que en 1720 realizó José Patiño sobre la fundación y el progreso de la Compañía de Guardiamarinas, que había sido fundada en 1717. Imagen facilitada por el blog Cátedra de Historia Naval


Durante el reinado de Felipe V se creó, en 1737 el Consejo del Almirantazgo, nombrándose Secretario del mismo a Zenón de Somodevilla, Marqués de la Ensenada (alcanzará la Secretario de Marina en 1743 y tras la guerra con Inglaterra retomará el impulso que inició Patiño consolidando así la Real Armada). Para ese año las relaciones entre España y Gran Bretaña ya estaban muy tensas y era fácil imaginar el cercano estallido de la guerra. Los esfuerzos reformistas de Ensenada fueron pospuestos al declararse las hostilidades en 1739 y el dinero necesario fue desviado al fin primordial de alistar los buques y dotar los arsenales.

 

Al problema financiero hay que sumarle otros dos: la escasez de barcos suficientes para hacer frente a las fuerzas británicas y la falta de buen mantenimiento en otros, que los convertía en inútiles o poco adecuados para navegar y guerrear. Además, faltaban pertrechos en los arsenales, incluso pólvora.

 

 

 

 

 

 

Construcción de una fragata.

 

Lámina del Álbum de Construcción Naval del Maqués de la Victoria.

 

Museo Naval de Madrid.

Para la defensa de los puertos y arsenales se decidió utilizar pequeñas embarcaciones como baterías flotantes. En cuanto a los buques ya se ha visto anteriormente el escaso número de ellos antes de declararse la guerra;  11 de los buques se preveía darlos de baja en los próximos dos años, lo que da idea de la antigüedad o mala calidad de mantenimiento de esos buques. Las necesidades hicieron que incluso los buques más viejos o próximos a dar de baja se mantuvieran en servicio.

 

Las previsiones eran que sobraban 5 buques por su mal estado y que en dos años debían construirse 15 unidades, sumando navíos, fragatas y buques menores. En 1737 se consiguió botar un buque de 50 cañones o más. Otro más en 1738, y otro en 1739. En los mismos años se botaron 3 barcos de menor porte. La triste realidad era que a principios de 1738 la mayoría de los buques españoles se encontraban desarmados. Finalmente, la Real Armada, aunque ya se ha dicho que no todos los barcos gozaban de buen estado, al declararse las hostilidades podía destinar a esta guerra los siguientes buques:

 

 

 

De  más de 48 cañones

Menos de 48 cañones

Cádiz

19

 

El Ferrol

11

 

Cartagena

3

 

La Habana

3

 

Veracruz

2

 

Río del Plata

2

 

Cartagena de Indias

2

 

El Callao

1

 

 

 

 

En diferentes puertos

 

15

 

 


De los 15 buques de menor porte la mayoría contaban entre 24 y 12 cañones. Como la estrategia española debía basarse necesariamente en la defensa de las colonias americanas buena parte de las fuerzas que hubiera en puertos de la península serían enviadas al Caribe.

 

Previamente a la guerra los navíos existentes en 1739 en el Caribe, escenario principal, eran los siguientes:

 

En CARTAGENA DE INDIAS estaba el navío Conquistador (64 cañones), cuyo servicio previsto era el de guardacostas y del que Blas de Lezo se quejó de su mal estado y del agua que hacía. Se incorporaron el Dragón (60) y en marzo de ese mismo año el África (64), ambos en mejor estado (botados en los años 1737 y 1732 respectivamente). Para luchar contra corsarios y contrabandistas se armaron dos balandras. Había un bergantín que durante el sitio de la ciudad se usó para transporte logístico.

 

En LA HABANA estaban los navíos Europa (64) y Santiago (60). El 1739 el Europa se encontraba en Cartagena de Indias pero ante su mal estado, necesitando urgentemente obras en la carena, fue enviado a La Habana para proceder a su mantenimiento. El Santiago, habiendo sido botado en 1729, no estaba en las mejores condiciones y se mantuvo en servicio debido al estallido de la guerra, siendo desguazado en 1745, tres años antes de la finalización formal del conflicto.

 

En VERACRUZ, base de la Armada de Barlovento, estaban los navíos San Juan Bautista (50), botado en 1724 y anticuado durante la guerra (fue dado de baja en 1741, año del ataque de Vernon a Cartagena de Indias), y Bizarro (50). Durante la guerra fueron enviadas a llevar pertrechos y socorros necesarios a La Habana, a donde navegaron al mando de del capitán de navío José de Herrera y Godarte. En Veracruz no quedó ningún buque excepto una balandra para luchar contra corsarios y contrabandistas.

 

Para el propósito de defender las posesiones americanas  --sin contar algunas unidades menores en número muy reducido--  esas eran las exiguas fuerzas navales españolas en el Caribe.

 

(Pulsar en las imágenes para ampliarlas)

Mapa inglés de Sudamérica hacia 1730

Otros buques destinados en América eran San Esteban (50) y Hermione (50), en RÍO DEL PLATA. Ambos eran pequeños y se les considera más fragatas de dos puentes que navíos de línea (de hecho, la Real Orden por la que se ordena la construcción de la Hermione en 1731 en La Graña dispone que se construya una fragata de dos puentes). Su misión era recoger mercancías y caudales y traerlos a la península, y eso hicieron en los primeros momentos de la guerra, abandonando Río del Plata en diciembre de 1939 y fondeando en Santander en abril de 1740, tras haber burlado la vigilancia inglesa (incluso capturaron un bergantín inglés).

 

Finalmente, en EL CALLAO (Perú) estaba el navío San Fermín (50), único navío de la Escuadra del Mar del Sur. Este barco está considerado más un mercante armado o fragata de dos puentes que un navío de línea.

 

Mientras tanto, en la península, a marchas forzadas se iban alistando buques en los arsenales de El Ferrol, Cádiz y Cartagena.


En buena parte, el problema del alistamiento de buques se había multiplicado porque España pecó de ingenuidad: tras el Convenio de El Pardo en enero de 1739, España creyó asegurada la paz y por ello desarmó navíos, desmovilizó fuerzas y se prestó a ejecutar las medidas acordadas, mientras que los ingleses, haciendo caso omiso del Convenio,  armaban decenas de buques de guerra, disponían que el almirante Haddock permaneciera amenazante frente a las costas españolas y ordenaron que los barcos españoles que vinieran de América fuesen capturados. Esta ingenuidad española también ha sido comentada en el CAPÍTULO 1.

 

Infantería de línea entre 1718 y 1750.

De izquierda a derecha, granadero, alférez, tambor y fusilero.

En cuanto a las necesidades de reclutamiento, España no necesitaba actuar con precipitación pues en América ya se disponía de unidades de soldados asignadas a territorios, así como milicias locales. Estas fuerzas podían aumentarse en el mismo teatro de operaciones con nuevos reclutamientos locales, de manera que el envío de soldados desde España se planteaba como refuerzo de las unidades ya existentes en América. Los soldados que finalmente se enviarían como refuerzo desde la península serían, en su mayoría, veteranos bien adiestrados y que ya estaban encuadrados en diferentes unidades, los batallones de Aragón, España, Granada, Lisboa, Toledo, Navarra y Portugal. En caso de que surgiesen nuevas necesidades se recurriría a extraer de la península más batallones, con la ventaja de que todos ellos no necesitaban reclutamiento ni instrucción.


El total de soldados que se creía que podía enviarse como refuerzo a las diferentes plazas americanas amenazadas alcanzaba la cifra de 11.000 soldados y marineros.

Retrato a tinta de Nicholas Haddock, por John Faber Jr.

National Portrait Gallery, Gran Bretaña.

Como ya se ha indicado en el CAPÍTULO 1, la guerra comenzó a finales de octubre de 1939, pero antes sucede un episodio que muestra notoriamente la decisión de Gran Bretaña de hacer la guerra a España. El 19 de abril de 1939, tras haber llegado desde Veracruz, zarpa de La Habana una pequeña escuadra al mando de José Pizarro trayendo azogues y caudales hacia la península. Dada la conocida costumbre british de atacar, capturar o destruir cualquier buque aunque no existiese el estado de guerra, más aún con las relaciones tensas entre las dos naciones en esos momentos, los súbditos de Su Graciosa tenían apostada en el cabo de San Vicente, vigilando la navegación a Cádiz, una escuadra inglesa de 18 navíos al mando del almirante Nicholas Haddock, mientras otra compuesta por 9 navíos al mando del almirante Chaloner Ogle vigilaba la costa gallega. Todo esto, recordemos, sin que mediara estado de guerra entre las dos naciones.

 

Las intenciones de las escuadras británicas eran claras: apoderarse de las riquezas que venían de América. Para que se vea la importancia que daban a la práctica de la rapiña. Importa resaltar otra costumbre británica: tener las costas españolas vigiladas con importantes escuadras, pues en Gibraltar tenían desde antes aún una escuadra dedicada a patrullar el Mediterráneo. Haddock, además, alargaba su radio de acción hasta la isla de Madeira.


Pero la escuadra española burló a las dos escuadras británicas dando un rodeo que le hizo acercarse hacia el sur de Irlanda para luego recalar en Santander, a donde llegó el 15 de agosto de 1739, y de allí se trasladaron a El Ferrol. Los servicios de información españoles habían funcionado bien y desde el Ministerio de Marina e Indias, cuyo titular desde 1939 era José de la Quintana, se había ordenado el envío de dos avisos para prevenir a Pizarro del peligro.

 

[…] el jefe de la escuadra, D. José Pizarro, que la conducía desde Veracruz, aleccionado por la historia y teniendo noticias de la tirantez de relaciones entre los dos Gobiernos, hizo derrota desusada, navegando desde el canal de Bahama á reconocer el extremo meridional de Irlanda, desde el que hizo rumbo al golfo de Cantabria  […] , mientras sobre Cádiz, Cabo de San Vicente y Finisterre le esperaban los prevenidos […]

Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón. Cesáreo Fernández Duro. Tomo VI. Ed. Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1900.

El 18 de octubre de 1739, muy cercano ya el inicio de la guerra, ocurre un hecho importante para el futuro caribeño: zarpan de El Ferrol los navíos Galicia (70) y San Carlos (60). En el Galicia embarca el nuevo virrey de Nueva Granada, recientemente nombrado el 2 de septiembre. Se trata del teniente general Sebastián de Eslava y Lazaga, militar reputado. Su destino es Cartagena de Indias, donde le espera Blas de Lezo. Los dos navíos cargan abastecimientos que habían sido pedidos hacía más de un año así como unos 600 hombres de refuerzo para Cartagena de Indias.

 

Estos dos buques tenían que haber zarpado con anterioridad al día 18, pero la presencia de flotas inglesas en las inmediaciones de Finisterre retrasó la salida, poniendo en peligro la expedición, no por ninguna batalla naval sino porque una navegación normal al Caribe se realizaba en unos 40/50 días y convenía realizarla en fechas concretas para evitar la llegada de las habituales tormentas de esa época del año. Por tanto, en caso de zarpar en fechas inconvenientes se aumentaba mucho el riesgo de que el mal tiempo afectase gravemente a los barcos durante la travesía.

 

Y eso fue precisamente lo que ocurrió. Nada más zarpar la pequeña escuadra comenzó a su sufrir las inclemencias del tiempo y a padecer tormentas en pleno Atlántico, lo que alargará excesivamente la duración de la travesía y, con ello, la escasez de víveres. Tras casi sesenta días de navegación, llegan a San Juan de Puerto Rico el 16  de diciembre de 1739, con buena parte de los hombres enfermos y otros muchos muertos por el escorbuto. Otras bajas serán debidas a la aclimatación al ambiente caribeño. No pueden zarpar de inmediato hasta que la tripulación se recupere. La guerra ya estaba iniciada y Eslava aún no ha podido tomar posesión de su virreinato que debe defender. Mientras que estos dos buques están inmovilizados en Puerto Rico, Eslava se entera de las andanzas caribeñas del vicealmirante Edward Vernon, quien ya había atacado La Guaira, Portobelo y Chagres, pues estaba atacando posesiones españolas desde octubre de 1739.

Navíos en una tormenta

Obra del pintor holandés Claes Claesz, Wou

Pintura datada en el segundo tercio del siglo XVII. Museo del Prado

 

Mientras tanto, Lezo, que estaba en Cartagena de Indias desde 1737, ha ido tomando junto al gobernador de la ciudad todas las disposiciones para la defensa de tan importante plaza, que también, por primera vez, ha sido atacada por Vernon, pero el inglés fue rechazado con éxito. Cuando Eslava por fin ha recuperado barcos y hombres, burlando las patrullas inglesas, consigue zarpar hacia Cartagena de Indias, adonde entrará el 21 de abril de 1740. Ha tardado seis meses en llegar desde la península, tiempo durante el cual se han perdido más de 150 hombres. Los dos navíos pasan a mando de Lezo, quien convertirá el Galicia (70) en su buque insignia. Poco después Vernon realizará su segundo ataque a la ciudad (los dos primeros intentos de Vernon se detallan en los CAPÍTULOS 17 y 18)

 

Sebastián de Eslava, por su parte, no continuará viaje hacia el interior del virreinato, sino que se quedará en Cartagena de Indias, caso nada habitual porque los virreyes de Nueva Granada residían en la capital, Santa Fe. Los virreyes tenían autoridad política y militar y desde la capital daban directrices generales sobre la defensa del virreinato ya que la conducción y seguimiento de los detalles militares en cada plaza dependían de los Gobernadores. Pero Eslava fue una decorosa excepción: era persona enérgica y un militar, con grado de capitán general del Ejército, que decidió no estar lejos del lugar más estratégico y más expuesto del virreinato, que sin duda atacarían los ingleses, implicándose personalmente en su defensa, valientemente, con mando directo en la plaza y en las tropas, jugándose la vida, y ejerciendo sus responsabilidades en Cartagena de Indias. Esto hay que reconocérselo a Eslava, y le honra, aunque cometiera errores y aunque nos pesen las tirantes relaciones que mantuvo con Lezo y su posterior mala práctica con el marino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Comentarios: 2
  • #2

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    Guarniciego (martes, 11 septiembre 2018 17:16)

    Guarnizo no está en Santander: está en Cantabria

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