LA GUERRA DEL ASIENTO

 

 

A la muerte de Carlos II de España estalla en 1701 una conflagración internacional por la sucesión del trono español a pesar de que el difunto había otorgado testamento a favor de su sobrino y nieto de Luis XIV, el Duque de Anjou, futuro rey Felipe V. Finaliza la dinastía Austria y da comienzo la de los Borbones. Las potencias europeas del momento tomaron posiciones y el conflicto, llamado Guerra de Sucesión, se extendió durante largos años.

 

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La guerra, con suerte alterna, se prolongaba ya una década cuando se produjeron dos hechos que influyeron decisivamente para alcanzar la paz. Por una parte, en 1710, se celebraron elecciones en Inglaterra, en las que resultaron vencedores los tories (conservadores), partidarios de poner fin al conflicto, sobre todo a partir de las graves derrotas sufridas por su ejército en Brihuega y Villaviciosa. Los ingleses iniciaron discretas conversaciones con los franceses a espaldas de los demás contendientes. Estas conversaciones recibieron un espaldarazo con el segundo de los acontecimientos que impulsaron el camino hacia la paz. En la primavera de 1711 moría sin descendencia el emperador José I  […] Le sucedió en el trono imperial su hermano el archiduque Carlos, que sería coronado emperador con el nombre de Carlos VI. Si diez años atrás los ingleses se habían lanzado a la lucha para evitar el poder hegemónico de los borbones, no estaban dispuestos a sostener un candidato que podía resucitar la herencia de Carlos I. Con las fuerzas de los bandos contendientes muy mermadas y con una situación política donde las diferencias eran sustanciales respecto a la que se vivía a comienzos del conflicto, ingleses y franceses, todavía a espaldas de sus respectivos aliados, dieron pasos decisivos para poner fin a las hostilidades.

José Calvo Poyato. La paz más dolorosa. Revista La Aventura de la Historia, número 174, abril 2013

 

Detalle de Retrato de Felipe V

Fechado en 1705, por Miguel Jacinto Meléndez

Biblioteca Nacional

Madrid


Firmados el 8 de octubre de 1711, previamente a Utrecht se gestionaron los que se han venido en llamar Preliminares de Londres, cuya parte pública garantizaba que España y Francia no se unirían en una sola corona, pero la parte secreta decía que Inglaterra se quedaría con Menorca, con Gibraltar, con el Asiento de Negros y con un pequeño territorio en el Mar del Plata con la intención de venderlo.

 

Se necesitaron varios años para llegar a firmar finalmente los acuerdos que Inglaterra estaba especialmente interesada en alcanzar tras una guerra en la que no sacaba beneficios, pues si se había implicado en el conflicto era, en el fondo, para satisfacer sus intereses específicos utilizando dicho conflicto como mera coartada para el cumplimiento de sus expectativas.

 

Utrecht fue para Inglaterra la ocasión de rentabilizar su situación pese a quien pese y con el engaño por bandera. Ricardo García Cárcel, El gran engaño. La Aventura de la Historia, abril 2013.

Los Tratados de Utrecht de 1713, y luego el de Rastadt al año siguiente, establecen la paz entre España, Francia y Gran Bretaña, firmada el 11 de abril, poniendo fin a la Guerra de Sucesión española (aunque continuaron las hostilidades en España durante un tiempo). Fueron un complejo sistema de acuerdos bilaterales que los contendientes rubricaron por separado. Estos acuerdos alcanzan tres frentes: político, económico y territorial. Así, es reconocida la sucesión de la Corona española en la persona de Felipe V. Y así España, además de ceder territorios, en especial las plazas de Menorca y Gibraltar, en términos comerciales salió muy perjudicada de este conflicto: Gran Bretaña había conseguido importantes ventajas en los llamados Navío de Permiso y el Asiento de Negros que, secretamente dos años antes, habían acordado Inglaterra y Francia, esta a través del rey francés que aunque contaba con poderes de representación del rey español estaba obligado a consultar a este las exigencias y concesiones a Inglaterra.


Respecto a Menorca y Gibraltar no es propósito de este artículo el estudio de los hechos y sus consecuencias. Tan solo recordar que ambas plazas eran enclaves de alto valor estratégico de los que los british se habían apoderado en nombre del archiduque Carlos en su condición de pretendiente al trono de España. Después de ocuparlos en nombre de un tercero, los súbditos de Su Graciosa los convirtieron en dominios bajo su control (en las conversaciones para llegar a los acuerdos de Utrecht los british no se cortaron en expresar este argumento:  “Lo que pedimos es tan natural que el mundo entero estima debíamos quedárnoslo y se sorprenderá de nuestra modestia si no deseamos otra cosa”. Lo demás son tonterías).

 

Utrecht tuvo como principal beneficiario, en todos los órdenes, a Inglaterra. Incluso arrancó a Francia amplios territorios en lo que hoy son Estados Unidos y Canadá. Aún más: Francia renunció a seguir apoyando a los jacobitas, partidarios de la entronización en Inglaterra de los Estuardo.

 

Por si fuera poco, los acuerdos secretos preliminares también contenían perjuicios para las arcas españolas, como por ejemplo era el exonerar de pagos las mercancías inglesas que se traficasen a través del puerto de Cádiz.

 

Lo que debió ser un consenso para restablecer la paz y el equilibrio internacional fue en realidad una actitud preponderante por la hegemonía internacional. Por eso la política internacional desarrollada por el rey español Felipe V estuvo encaminada a aminorar las consecuencias de los tratados de Utrecht y Rastadt.

 

Puede decirse, por tanto, que Utrecht sentó las bases de futuros conflictos.


El Navío de Permiso consistía en, valga la redundancia, un permiso que concedía España a Gran Bretaña autorizando a enviar un barco anual de 500 toneladas de mercancías a las colonias españolas para comerciar con éstas aprovechando las ferias que se celebraban con las llegadas de las Flotas de Nueva España y de Galeones (esta segunda también llamada de Tierra Firme). Esto suponía, nada menos, que romper el monopolio comercial español en las colonias americanas. Gran Bretaña abría así las plazas españolas a sus mercancías, logro que tanto y tanto ansiaban desde tantas décadas atrás. Este Navío de Permiso fue usado por los british de forma artera y para lo que realmente les sirvió fue para introducir gran cantidad de géneros de contrabando en los dominios coloniales españoles. Habitualmente, el navío no solo sobrepasaba la carga autorizada sino que también incumplía la periodicidad de su llegada y su destino. No pasará mucho tiempo desde que el tratado de paz de Utrecht estableciese este Navío de Permiso para que, con el apoyo del Gobernador inglés de Jamaica, el Caribe se llene de contrabandistas de toda procedencia que comerciaban fuera del control fiscal español. Una consecuencia añadida de la situación es que Jamaica se convierte en una gran base de operaciones británica.

 

Estas circunstancias originan, por una parte, una reducción drástica de los ingresos que obtenían las autoridades españolas en Hispanoamérica debido a que la mercancía sin control no pagaba impuestos y, por otra, la disminución del volumen de negocio de los comerciantes peninsulares que exportaban mercancías hacia el Nuevo Mundo ya que, además de exponer su carga a un viaje largo e incierto desde la península, se veían asaltados en el Caribe por los piratas y sufrían una competencia desleal en los mercados. Por todo ello, reclamaban a Inglaterra compensaciones económicas.

 

Por su parte, un Asiento era un acuerdo mediante el cual se concedía el monopolio de comercio de un producto o de una ruta comercial. Así, el Asiento de Negros consistía en conceder el monopolio sobre la caza de esclavos negros africanos (de las actuales Guinea, Senegal, Gambia, y Angola) así como su comercio en América, dando derecho a Gran Bretaña a traficar 4.800 esclavos durante 30 años. En total, 144.000 esclavos. Los british los capturaban en las costas de África y los trasladaban en barcos negreros para ser vendidos en las colonias españolas (colonias de otras naciones aparte). El negocio, que daba grandes beneficios, estaba en manos de portugueses, holandeses, franceses e ingleses. Sobre todo ingleses. La empresa más beneficiada en la explotación de las concesiones y los contratos era la británica South Sea Company.

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IZQUIERDA: mapa de elaboración propia del llamado Comercio Triangular. De Europa se vendían en África productos manufacturados, armas, tejidos, sal y licores. De África se transportaban negros a América en el lucrativo negocio de esclavos. Y de América se exportaban a Europa materias primas como azúcar, café o tabaco.

DERECHA: plano del barco negrero Bookes, de finales del siglo XVIII. Los esclavos se distribuían aprovechando al máximo la capacidad del buque, destinando a cada uno de ellos un espacio de 1'83 x 0'40 metros (las mujeres y niños tenían menos espacio aún)


Como ya se ha dicho, España fue traicionada por Francia durante la negociación de esos acuerdos comerciales de Utrecht y este es un nuevo ejemplo: Gran Bretaña solicitó estos privilegios para 10 años pero el rey francés, Luis XIV, abuelo del rey español y que tenía poderes concedidos por Felipe V, había firmado un acuerdo secreto con Gran Bretaña en el que figuraba que la concesión sería por 30 años. En otras palabras: en claro abuso de representación, el rey francés hizo graves concesiones a Inglaterra.

 

En todo ello, los comerciantes ingleses encontraron un negocio altamente enriquecedor, con grandísimos beneficios. Ya desde el primer barco anual de permiso en 1717 (aunque estaba listo para zarpar ya en 1713, lo que nos da una idea de la prisa que tenían los británicos en el negocio), el Royal Prince, que se dirigió a Veracruz, los ingleses se saltaron a la torera los acuerdos firmados. El ansia de aún mayor enriquecimiento les llevó a utilizar todo tipo de tretas ilegales. Así, las naves negreras aprovechaban su llegada a puerto para introducir mercancías. Cualquier barco inglés fondeaba en puerto español con la excusa de averías y aprovechaba para introducir productos ilegalmente vendiéndolos a precios más baratos que los del mercado. Las consecuencias de este comportamiento fueron principalmente dos: un gravísimo perjuicio para el comercio español y el aumento desmesurado del contrabando provocado por los británicos.

 

Súmese a esto la multiplicación de naves piratas inglesas en aguas del Caribe, auténtico dolor de cabeza para los ministros de Felipe V, un problema que venía de antiguo.

 

Los beneficios económicos generados por el tráfico marítimo atlántico llevaron a una temprana ingerencia de las potencias europeas en la América española. En cuanto se consolidaron rutas de comercio estables aparecieron piratas, corsarios y contrabandistas en busca de un beneficio.

 

Desde mediados del siglo XVII se produjo la invasion comercial de América. Las potencias extranjeras entraron en el Caribe, llave de acceso al sistema del Imperio español, y afectaron al pretendido monopolio hispano. Estas potencias, con una estructura comercial muy similar a la española, iniciaron el "comercio directo" o "contrabando" de tejidos, productos siderúrgicos y papel a precios más bajos [ ... ]

 

España era incapaz de garantizar el total aprovisionamiento de su Imperio. La elevada corrupción hacía que el comercio lícito e ilícito fuera practicado por los mismos autores, en muchos casos representantes de la Corona. La administración, incapaz de combatir el contrabando, dejaba hacer y favorecía que sus colonias aumentaran el comercio autónomo.

 

Ante este panorama, en el siglo XVIII se hizo un gran esfuerzo para mejorar la administración. Con objeto de racionalizar la explotación de los territorios americanos se adoptaron medidas como conceder patentes de corso, revitalizar los sistemas de resguardo y guardias flotantes, formar grupos de guardacostas reales, organizar compañías comerciales, vigilar las rutas de navegación y recuperar el poderío naval.

La Guerra del Asiento, un conflicto económico. Carolina Aguado Serrano. Blas de Lezo. El valor de Mediohombre. Publicaciones del Ministerio de Defensa, 2013.

 

Caribe, un mar lleno de pequeñas islas imposibles de defender por los españoles, fue un lugar de fácil colonización por parte de ingleses, franceses y holandeses durante el siglo XVII. Estas islas sin un gobierno estable, como Jamaica o Tortuga, se convirtieron en lugares idóneos para el contrabando y el asentamiento de piratas y corsarios. La isla Tortuga, que recibió su nombre de Cristóbal Colón por la forma de sus colinas, fue un emplazamiento legendario de estos contrabandistas. Allí recalaron bucaneros y filibusteros más o menos organizados desde islas como La Española o Jamaica.

A principios del siglo XVIII España pretendía sostener el monopolio comercial americano, pero tenía la Armada en proceso de reconstrucción tras la Guerra de Sucesión y, por tanto, sin el suficiente número de barcos de guerra, para sostener dicho monopolio. Por otra parte, el dinero de los piratas, a veces, conseguía también comprar voluntades de autoridades españolas allí destinadas.

 

En fin, los nuevos corsarios, piratas y filibusteros hacían de las suyas, no sólo amenazando naves, sino haciéndoles pagar peajes y obligándolas a pagar rescates por mercancías y hombres retenidos y requisados.

El día que España derrotó a Inglaterra. Pablo Victoria. Editorial Áltera, 2005.


Mediante un cédula o despacho de la Corona, las patentes de corso permitían a los propietarios -militares o civiles- de navíos que no fueran de la Armada atacar buques o tierras enemigas, saquear el tráfico de mercancías y hacer labores de guardacostas en el vasto imperio ultramarino. Por lo tanto, gracias a los corsarios, la Corona española (aunque también sus enemigos) pudo ampliar su ejército naval y controlar el extenso comercio americano.

 

Blas de Lezo, la exposición. Museo Naval de Madrid.


En el comercio de negros, en particular, los ingleses acabaron practicando un sistema consistente en que el barco del Asiento hacía escala en Jamaica con el pretexto de refrescar a los hacinados negros --lo que era falso, dado que no lo hacían, pues el tratamiento que recibían esos negros por parte de los traficantes ingleses no podía ser más bárbaro--  para luego reembarcarlos en pequeños lotes los cuales, junto a mercancías de todo tipo, los distribuían por La Habana, Portobelo, Caracas, Veracruz y otros puertos, saltándose así lo dispuesto por las autoridades españolas de que el puerto exclusivo de desembarque de negros fuese Cartagena de Indias, donde se llevaba un control estricto de la mercancía humana. Evidentemente, con este sistema, los british falseaban la inspección de la importación de negros que efectuaban las autoridades españolas.

 

Las prácticas de contrabando no las limitaron los ingleses al Caribe, sino que las extendieron a otras zonas, apoyándose para ello en sus amigos portugueses, cuya presencia en la colonia de Sacramento sirvió de gran ayuda para facilitar a los inglese el comercio ilícito en la zona del Atlántico Sur.

En una situación como la española en la que se reconstruía y cambiaba el país tras la Guerra de Sucesión y con una Marina casi desaparecida, fue casi milagrosa la aparición de un ministro como José Patiño que trabajó tanto por levantar una nueva fuerza naval como por dar satisfacción a los ambiciosos proyectos de la Corona, entre los que estaban recuperar territorios perdidos durante la guerra.

 

Mientras los gobernantes españoles ponían en pie los ambiciosos proyectos mencionados, Inglaterra, aprovechando los privilegios adquiridos en Utrecht, inició una política de acoso a los mercados y rutas comerciales coloniales que obligó a extremar su defensa, cuyo protagonismo, como ocurría con los planes para recuperar los reinos italianos, también recayó en la Armada.

Julián de Arriaga y Rivera. Una vida al servicio de la Marina (1700-1776). Tesis Doctoral de María Baudot Monroy. Facultad de Geografía e Historia, UNED, 2010.

Los ingleses sabían que España, habiendo deseado sólo 10 años de concesión, no iba a prorrogar por 30 años un acuerdo hecho a sus espaldas y tan pernicioso para su economía. El problema para la España de la época cuando se firmó el Asiento era la aspiración a “ [ … ] sostener el monopolio comercial con las Indias sin contar con los medios necesarios para ello [ … ] Ese problema  (se refiere el profesor Rafael Donoso, en realidad, a un doble problema: la falta de medios navales y el contrabando) llegó a obsesionar a Patiño que veía que la única forma de hacerle frente era mediante el fortalecimiento naval español, de manera que poniéndolo a la altura de su principal rival, Inglaterra, podría llegar a frenar el contrabando que estaba llevando a la bancarrota al comercio español y que esa nación practicaba de forma descarada utilizando el navío de permiso y el Asiento de negros”.

El asiento de esclavos con Inglaterra (1713-1750). (Especial referencia a la importancia adquirida por la contabilidad en su desarrollo). Rafael Donoso Anes. Universidad de Sevilla.

Políticos y comerciantes ingleses, viendo las fabulosas riquezas que obtenían, no se conformaban con un trozo de pastel y empezaron a ver conveniente una gran ofensiva, guerra total contra España, para desposeerla de sus posesiones americanas y quedarse con el pastel completo. Muchos empezaron a alentar esta idea y a enardecer a la opinión pública. En resumen, los ingleses se inclinaban por usar sin escrúpulos tanto los medios legales como los ilegales con tal de apoderarse de los territorios americanos y todo su comercio. España se vio obligada a reforzar sus flotas con naves de guerra de su aún escasa fuerza naval, que aún había que reconstruir tras la Guerra de Sucesión, y luchar contra el contrabando confiscando las mercancías que encontrasen los guardacostas. Y ocurrió que cuando la actuación de los guardacostas españoles aumentó su eficacia el contrabando inglés dejó de funcionar tan bien como había estado funcionado hasta el momento.

Sátira británica de 1740 en la que se puede leer la leyenda "Los españoles construyen castillos en el aire, los británicos le otorgan su importancia al comercio".

Los guardacostas españoles, por lo general, eran barcos veloces y con gran capacidad de maniobra, adecuados a su cometido, y solían estar mandados por capitanes que eran comerciantes civiles con experiencia en el enfrentamiento con los piratas, y cuyos gastos eran sufragados por el gremio de comerciantes locales afectados.

 

A veces las tripulaciones de los guardacostas sobrepasaban en buena medida los cometidos que se les habían asignado ya que, en ocasiones, se apropiaban fraudulentamente de la carga inspeccionada bajo su control, que era enajenada con posterioridad en su propio beneficio. E Inglaterra se indignaba por el “abuso” español.

 

Hubo una primera guerra de alcance limitado y que no resolvió nada. Se trata del conflicto anglo-español  habido entre 1727 y 1729. Ya en 1726 Gran Bretaña envió una flota al Caribe con el objetivo de hostigar el comercio español.


Portada del Tratado de Sevilla, firmado el 9 de noviembre de 1729

Archivo RODERIC

Universitat de València

En 1727 los ingleses intentaron bloquear Portobelo y apropiarse de la Flota de Indias española, sin conseguirlo. España, por su parte, realizó el primer intento de recuperar Gibraltar, sin éxito. En esta guerra, España contaba con el apoyo de Austria mediante el Tratado de Viena (1725), pero se encontró sola por la traición austríaca que firmó secretamente con Gran Bretaña un acuerdo de no intervención. El Acta de El Pardo (1728) y el Tratado de Sevilla (1729) pusieron fin a las hostilidades anglo-españolas y establecieron el retorno a la situación anterior al conflicto.

 

Nuevamente en paz, y en aguas americanas, Los españoles, en su derecho, confiscaban lo que podían mediante la inspección de navíos, asunto que fue motivo de continuas disputas, tensándose peligrosamente las relaciones hispano-británicas ya en 1736. En julio de este año se nombra a don Blas de Lezo comandante de una escuadra que zarparía próximamente hacia Cartagena de Indias; era una de las habituales flotas de Tierra Firme pero ante las tensas relaciones diplomáticas se decidió escoltar la flota con los navíos Conquistador (64) y Fuerte (64), aprovechando así para enviar refuerzos navales al Caribe. Esta sería la última vez que cruzaría el océano la llamada Flota de Galeones de Tierra Firme, al quedar suprimida. No se suprimió la otra flota, la llamada Flota de Nueva España, aunque realmente no volvió a salir ninguna más, llevándose a cabo el comercio con América a través de buques sueltos que se registraban de forma aislada para los distintos puertos americanos.


Galeón en labores de embarque y estiba

La salida de esa última Flota de Galeones fue uno de los episodios que sirvió los ingleses como pretexto para la guerra venidera, la Guerra del Asiento.

 

Zarparon el 3 de febrero de 1737 hacia América los dos navíos al mando de Blas de Lezo escoltando los mercantes, que iban casi vacíos. No era propiamente la Flota de Galeones pero, sin embargo, el gobierno británico solicitó se le concediera el navío de permiso, exigiendo acompañar a esta Flota. España se negó a esta exigencia, alegando que los navíos iban a ser destinados a guardacostas en el Caribe y que la Flota de Galeones no podía considerarse como tal pues transportaba menos de 2.000 toneladas entre todos los barcos.


Esta discusión se mezcló con otra: el intercambio de unas presas que habían hecho los guardacostas españoles en Tierra Firme cuyo valor según los ingleses eran unos 570.000 pesos. Los británicos exigieron pago al contado. Como había cuentas pendientes respecto del Navío de Permiso y del Asiento de Negros, España exigió la misma cantidad.

 

Finalmente, Lezo llegó a Cartagena de Indias con su flota el 11 de marzo de 1737 quedando como comandante general de aquel importante puerto. Poco después fue enviado de regreso a la península el navío Fuerte. (La biografía de Blas de Lezo se desarrolla en el CAPÍTULO 13. La batalla de Cartagena de Indias se ha desarrollado en el CAPÍTULO 19).

 

En enero de 1738, tensando aun más las relaciones hispano-británicas, el Almirantazgo inglés dispone que debe zarpar hacia Jamaica, al mando del comodoro Charles Brown, a una escuadra de cinco buques entre los que estaban dos navíos, el Hampton Court (70) y el Windsor Castle (60), además de dar la orden para que dos buques que estaban destinados en la costa africana se dirigieran a la misma isla caribeña para aumentar dicha escuadra. Zarpará el 8 de marzo. Su misión teórica era “proteger” el comercio británico pero la misión oculta era preparar (¿o debería decirse provocar?) la guerra, reforzando la presencia naval inglesa en el Caribe, así como recabar toda la información posible sobre los movimientos de los barcos españoles. Esta escuadra llega a Jamaica a finales de abril de 1738 (falta más de un año para la declaración de hostilidades) y diferentes buques ingleses se dedican a patrullar las posesiones españolas de Santo Domingo, Puerto Rico y Canal de Bahamas.(Ver también CAPÍTULO 3).

 

Tanto se habían acostumbrado los hijos de la Gran Bretaña a practicar el contrabando ilícito que no toleraban nada bien que se les registrara por los guardacostas ni en altamar ni en los puertos.

 

Ni la Armada de Barlovento con sede en Veracruz, ni la Escuadra Guardacostas de Tierra Firme, ni los numerosos corsarios promovidos por los gobernadores de las provincias caribeñas pudieron con su actividad debilitar el tráfico ilegal de mercancías promovido por los gobiernos de Inglaterra, Francia y Holanda, y apoyado directamente por los gobernadores de las colonias caribeñas de estas naciones. En el caso británico, el tráfico comercial ilegal se vio además reforzado por la constante presencia en aguas caribeñas de navíos de guerra de su Armada, enviados desde la metrópoli para su defensa, reflejando el decidido interés británico por aumentar y consolidar su presencia en el Caribe.

Julián de Arriaga y Rivera. Una vida al servicio de la Marina (1700-1776). Tesis Doctoral de María Baudot Monroy. Facultad de Geografía e Historia, UNED, 2010.

 

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The House of Commons Sir Robert Walpole's Administration 1722-42. de artista desconocido, fechado en 1800. La escena representa a Walpole y al parlamentario Onslow en una sesión de la Camara de los Comunes.

Las relaciones entre los dos países se ennegrecían cada vez más gravemente a pesar de los intentos del rey español Felipe V y del primer ministro inglés Robert Walpole por serenar los ánimos. Al lector le parecerá difícil de creer, pero el embajador español en Londres debía explicar cosas tan obvias como que la corona española no dejaría de ejercer su derecho de control y visita sobre puertos y mares de las Indias …  ¡que eran sus dominios, rediós!

 

Para resolver la cuestión y evitar una nueva guerra se intentó negociar un acuerdo en el cual España estaba dispuesta a hacer concesiones tales como indemnizar a Gran Bretaña por las capturas de sus barcos por los guardacostas encargados de combatir el contrabando … ¡que ya es conceder!

 

No solo eso: cuando el rey inglés trasladó al español las quejas de los comerciantes británicos, Felipe V contestó que se habían ordenado represalias contra los capitanes de los guardacostas que hubiesen actuado ilegalmente, además de indicarle que los culpables de las pérdidas que lamentaban eran los propios ingleses. ¿Acaso no era lícito que España guardase sus costas y puertos como lo hacían el resto de soberanos? Gran Bretaña, no contenta todavía, empezó a otorgar masivas patentes corsarias contra los barcos  españoles, tanto mercantes como guardacostas. Esto motivó una especie de batalla de corsarios sin que hubiera declaración de guerra.


En Inglaterra hubo, además, otros particulares y muy prosaicos motivos para desear la guerra:

 

El Príncipe de Gales Frederick Louis aprovechó la ocasión para perjudicar a su padre y a los directivos de la South Sea Company tras el escándalo financiero de la South Sea Bubble (1720) --en el que estaban implicados miembros de la Cámara de los Lores, de los Comunes e incluso de Palacio-- y, ante la cercana expiración del asiento de negros, vio en la guerra una oportunidad para evitar el pago de la deuda contraída con el gobierno español y mantener el monopolio negrero.

La Guerra del Asiento, un conflicto económico. Carolina Aguado Serrano. Blas de Lezo. El valor de Mediohombre. Publicaciones del Ministerio de Defensa, 2013.

 

En la Cámara de los Comunes se exigía una respuesta armada contundente contra los españoles. No en vano, el partido opositor a Walpole, una de cuyas voces más exaltadas era Edward Vernon, exageró mucho los daños que causaban los guardacostas españoles. El gobierno inglés, ante tantas presiones, buscó una solución diplomática y el 14 de enero de 1739 el embajador inglés en Madrid, Benjamin Keene, firma el Convenio de El Pardo, cuyos términos parecieron muy indulgentes a comerciantes y opinión pública inglesa. El primer ministro del rey Jorge II, Robert Walpole (partidario de la paz), presentó a dicha Cámara el Convenio para ratificarlo. Pero fue rechazado. Hubo desórdenes públicos.

 

La avaricia de los comerciantes ingleses provocó la guerra.

 

Y es que desde tiempo atrás los partidarios de la guerra habían jugado una baza importante en el Parlamento inglés. Ocurrió que, siendo el día 8 de marzo de 1738, en plena discusión parlamentaria del asunto, uno de los partidarios de la guerra con España hizo entrar a un capitán llamado Robert Jenkins. Iba a relatar una vieja historia. Jenkins explicó que años atrás, nada menos que en 1731, navegando con su fragata mercante Rebeca (otros dicen que era un bergantín, pero esto no tiene mayor trascendencia)  fue interceptado en las costas de Florida por un guardacostas español. Se le olvidó a míster Jenkins explicar a los parlamentarios que él se dedicaba al contrabando y que tal fragata que mandaba buscaba y asaltaba por el Canal de Bahamas a los barcos españoles que comerciaban con productos americanos, o que traían a España cacao, maíz, plata, oro, etc. El guardacostas español era el Isabela que mandaba el capitán Julio León Fandiño, el cual, cumpliendo con su obligación, debía comprobar que las mercancías de Jenkins eran legales. Tras el abordaje, Fandiño procedió al interrogatorio. Pero en la bodega de la Rebeca encontró multitud de artículos de contrabando. Y es que los ingleses, a pesar de las concesiones que habían obtenido posteriormente a la paz de Utrecht, seguían asediando los navíos españoles y practicaban la caza y la rapiña.


Robert Jenkins shows his severed ear to British Prime Minister Robert Walpole in a 1738 depiction of his presentantion at Parliament.

(Hulton Archive / Getty Images)

Grabado representando a Jenkins enseñando la supuesta oreja a Walpole entre el estupor y el asco de los presentes.

Sátira británica de 1738 en la que aparece el león inglés atacando un arado tirado por esclavos que representa el sistema colonial español. Al fondo, a la izquierda, se puede ver a Fandiño cortándole la oreja a Jenkins, y en el centro, un barco británico en plena batalla con uno español.


Fandiño, que había pillado a Jenkins en flagrante delito, quiso escarmentar al inglés cortándole una oreja de un certero tajo, práctica normal para piratas de la época y, según Jenkins, le transmitió un diáfano mensaje. Fueron estas palabras: “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Acto seguido, como guardacostas que era, Fandiño requisó la mercancía y desarmó el barco de Jenkins.

 

Cuando Jenkins volvió a Inglaterra presentó una queja formal ante el rey Jorge II, cuya trascendencia fue igual a cero. Posiblemente tuviera más éxito contando su historia de taberna en taberna, entre tugurios portuarios de mala muerte, donde a lo mejor quisiese alguien escuchar su historia  entre viejos marineros empapados en alcohol.

 

Pero los partidarios de la guerra contra España lo convencieron para que en persona y ante los parlamentarios explicara el episodio ocurrido siete años antes en el Caribe y que le costó su oreja, cosa que Jenkins haría con todo tipo de exageraciones, teatral dramatización y conveniente magnificación. Ante los parlamentarios ingleses, el míster Robert Jenkins abrió una cajita que llevaba consigo y mostró la oreja. O más bien una supuesta oreja, hay que recordar que fue cortada siete años atrás, por lo que es mucho más que dudoso que el muñón que presentó fuese reconocible como órgano auditivo además de que la carne debía haberla conservado incorrupta durante años a saber cómo.

 

Todo esto acaloró aún más el ambiente en el Parlamento inglés. Muchos se tomaron las palabras de Fandiño como una grave ofensa a su rey. Esas palabras de Fandiño son utilizadas para avivar el sentimiento antiespañol. Edward Vernon, almirante de la Royal Navy y uno de los más fervientes partidarios de declarar la guerra a España, pidió que le diesen barcos y con ellos tomaría Portobelo y después, como un castillo de naipes, haría caer el imperio español. La oposición parlamentaria al gobierno inglés exigió a este que pidiera una indemnización de 95.000 libras a España, exigencia completamente desorbitada y fuera de lugar, y a la que, como era de esperar, España se negó. Y resultó que Felipe V exigió al gobierno inglés que antes de pagar cantidad alguna España estaba esperando el cobro de 68.000 libras que se le debían por el Asiento de Negros. Por su parte, la prensa británica deforma el incidente Fandiño-Jenkins exagerando la crueldad española y exigiendo una respuesta enérgica. Por último, en las calles londinenses aparecen panfletos en los que se incita a una guerra contra España.

Detalle del

Retrato de Robert Walpole (1676-1745)

Obra de Jean-Baptiste val Loo, fechado en 1740

Houghton Hall, Norfolk, Gran Bretaña

Teniendo en cuenta las aspiraciones inglesas y cómo los oponentes de Walpole habían estado utilizando esta cuestión para derrocarle, se comprende que el mínimo acuerdo que había alcanzado el embajador Keene en Madrid encendiera aún más, si cabe, las intenciones belicistas de la oposición parlamentaria a Walpole, anticipando el fracaso final de la negociación y la guerra.

 

Justo lo que los parlamentarios partidarios de la guerra y los comerciantes ingleses interesados esperaban que ocurriera..

 

Los comerciantes ingleses utilizaron sutilmente una cuestión de rivalidad política interna, exagerando artificialmente la cuestión de las presas de los guardacostas y corsarios españoles, para crear una reacción patriótica, con la intención de precipitar una guerra que arrastrara a Walpole. Precisamente, “una de las singularidades del conflicto hispano-británico de 1739 es la dimensión mediática que adquirió, especialmente en Inglaterra”La Guerra de la Oreja de Jenkins: un conflicto colonial (1739-1748). Tesis doctoral, Jorge Cerdá Crespo, Universidad de Alicante, 2008.

 

Así, la oreja del tal Jenkins, aunque hubiera sido cortada siete años antes, sirvió como excusa para declarar la guerra a España.

 


Por eso, esta Guerra del Asiento también es conocida como Guerra de la Oreja de Jenkins.

 

Por cierto, este british, mister Jenkins, fue recompensado con el mando de un barco de la Compañía Británica de las Islas Orientales, ascendiendo luego a supervisor de dicha Compañía en la isla de Santa Elena, de donde después sería Gobernador y pirata. Así es como la madre británica se porta con sus preciados hijos.

 

Pero lo mejor de todo es aquello que escribió Robert Walpole en sus memorias: " ... al tal Jenkins a su muerte le encontraron perfectamente las dos orejas"

 

La Corona inglesa decide, para empezar, conceder autorización a propietarios de barcos británicos apresados indebidamente para capturar y retener embarcaciones españolas hasta que se les resarza por lo capturado indebidamente. Una decisión desproporcionada. Y luego, como acto de intimidación, los ingleses envían una poderosa fuerza naval a Gibraltar, pero el rey español no cede a las amenazas.

Sin embargo, en una increíble muestra de ingenuidad, España procede imprudentemente a desmovilizar parte de sus fuerzas navales y a desmontar artillería de sus barcos de guerra para ahorrar gastos, en la candorosa creencia de que el pacto alcanzado en Madrid conseguiría evitar una confrontación armada.

 

En cambio, Gran Bretaña está aumentando el reclutamiento y el presupuesto para sus fuerzas navales.

 

El 31 de agosto de 1739, Gran Bretaña retira a su embajador en Madrid, Benjamin Keene, no sin antes haber exigido este la abolición del “derecho de visita” de España a sus propios puertos. Increíble.

 

Se cursa orden al embajador español en Londres para hacer lo mismo.

 

Finalmente, Walpole, hombre pragmático del partido whigs, temiendo por su pellejo político, tiró la toalla y cedió ante la presión la opinión pública, convenientemente espoleada por la prensa, la de los comerciantes con provecho en el asunto y la de los parlamentarios tan interesados como partidarios de la guerra.

 

Y declaró: “El mar de las Indias libre para Inglaterra, ¡o la guerra!”.

 

Retrato de Benjamin Keene, embajador británico en Madrid.

Obra de Louis Michel van Loo.

King's Lynn Town Hall, Norfolk


Los comerciantes de la City se frotaron las manos. La guerra posibilitaría, presumiblemente, enormes oportunidades de lucro. Gran Bretaña debía dominar los mares, y para ello debía desalojar a España de América. En realidad, la presencia de Gran Bretaña en aguas americanas ya era evidente: Jamaica, Islas Caimán, Costa de los Mosquitos, Belice, Trinidad, Tobago … Precisamente Jamaica se había convertido en el centro estratégico de todo el comercio y base principal de contrabandistas, cuyo número era desproporcionado.

 

Fraude y contrabando solían aparecer entremezclados, persiguiendo aminorar la abundante fiscalidad a que estaban sometidos los registros. Para ello se falsearon partidas, se ocultaron géneros, se introdujo carga una vez realizados los trámites pertinentes en tierra para el embarque de la mercancía declarada, con lo que había que contar con los sobornos de los guardias, el capitán o el maestre.

La Guerra de la Oreja de Jenkins: un conflicto colonial (1739-1748). Tesis doctoral, Jorge Cerdá Crespo, Universidad de Alicante, 2008.

Claramente, todo nos indica el ánimo de la guerra planteada por Gran Bretaña: la rapiña y transformar el Caribe un mar inglés, viejo sueño de la política exterior británica. Haciendo desaparecer las posesiones españolas, y convertido el Caribe en un centro de comercio británico, la “arrogancia española” sería para Gran Bretaña el hazmerreír en cualquier mesa de negociaciones.

 

Ante la precipitación de los acontecimientos, España se da cuenta del error cometido al desarmar navíos y, apresuradamente, hace planes para defender Galicia de un posible intento de invasión británica, así como se apresta a rearmar los buques, los que se pudieran armar.

 

Gran Bretaña se sentía dueña de los mares y era muy consciente de su absoluta superioridad naval. No hay más que comparar las cifras entre una fuerza naval y otra en la situación previa a la declaración de guerra del siguiente cuadro (en el caso español se indican los datos elaborados en 1737 por la Junta de Marina de los buques existentes en la península):

 

España

 

Gran Bretaña

 

Número de cañones

Cantidad

 

Número de cañones

Cantidad

NAVÍOS

De 114

1

 

De 100 y 90

15

 

Entre 80 y 70

10

 

Entre 80 y 70

33

 

Entre 64 y 50

30

 

Entre 64 y 50

54

 

 

 

 

 

 

FRAGATAS Y BUQUES MENORES

 

15

 

SÓLO FRAGATAS

38

 

 

 

 

 

 

TOTAL

 

56

 

 

140

Los británicos aún incrementaron mucho más el número de sus barcos de guerra: a finales de 1741 contaba con cerca de 250 (incluyendo navíos, fragatas, bergantines, bombardas y otros buques)

 

Respecto a España, al empezar el siglo XVIII la Armada del Mar Océano (protección de la costa atlántica) contaba con 4 navíos, dos de ellos inservibles, y 1 patache; para el Mediterráneo no había navíos, sólo escuadras de galeras, mientras que la Armada de Barlovento contaba con 1 navío, 2 fragatas y 1 patache para vigilar y proteger todo el Caribe. De la Armada del Mar del Sur, con sede en El Callao no hay bastantes datos claros, pero el lector no se equivocará mucho si se hace a una idea aproximada, más o menos, como la siguiente: esa Armada era prácticamente inexistente.

 

Asunto diferente es la Armada de Guarda de la Carrera de Indias, encargada de la protección de la famosas Flotas de Indias, pues contaba sólo con galeones y alguna embarcación menor y por eso, para garantizar la seguridad de las Flotas de Indias, hubo que pagar muy cara la protección de la marina francesa durante la guerra por la sucesión al trono español.

 

La mayoría de barcos españoles de principios de siglo desaparecieron durante la Guerra de Sucesión, motivo por el cual la mayor parte de los marinos y las tripulaciones se quedaron sin sus empleos. A falta de barcos españoles, algunos servirían, debido a la alianza política y militar, en la marina francesa, como fue el caso de Blas de Lezo y Olavarrieta.

 

Afanosamente se irá trabajando en la reconstrucción de la Armada española del siglo XVIII (ver también CAPÍTULO 2), que debe mucho a, entre otros, al ministro José Patiño y al gran ingeniero Antonio de Gaztañeta.

 

De la mano de los constructores Antonio de Gaztañeta, Ciprián Autrán y Juan Pedro Boyer, un nuevo sistema constructivo denominado “a la española” se impuso en los arsenales de la nueva flota borbónica a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII. Este modelo de buque sigue las proporciones de Antonio de Gaztañeta. El constructor y marino puso toda su sabiduría en la creación de la nueva flota, y con sus “sistema Gaztañeta” mejoró los cascos y determinó las proporciones adecuadas para conseguir tanto una mejor gobernabilidad como una mayor solidez.

Blas de Lezo, la exposición. Museo Naval de Madrid.

 

(Pulsar en las imágenes para ampliarlas)

Lámina del Arte de fabricar reales, manuscrito de Antonio de Gaztañeta.

Museo Naval de Madrid.

Se llamaban "reales" porque ese era el nombre que se daba a los navíos que portaban la bandera real.

Así pues, Gaztañeta sentó las bases de la reconstrucción naval española desde inicios del siglo XVIII. La aplicación de sus estudios y sistema constructivo fue la pauta de la construcción naval española hasta mitad de dicho siglo. Su legado se encuentra en tres tratados fundamentales:

 

- Arte de fabricar reales (1688)
- Proporción de las medidas arregladas a la construcción de un bajel de guerra de setenta codos de quilla (1712)
- Proporciones de las medidas más esenciales para la fábrica de navíos y fragatas (1720)

La reconstrucción naval española no había desapercibida para el avispado embajador británico Benjamin Keene, quien en 1728 escribe a su gobierno: "Desde que he vuelto a este país he notado con gran disgusto los adelantos que hace Patiño en su plan de fomento para la marina española, y de ello he hablado en casi todos los oficios que he tenido la honra de escribir. Lo domina hasta tal punto esta idea que ni los subsidios pagados al emperador, ni la miseria de las tropas españolas, ni la pobreza de las personas que componen la servidumbre real y los tribunales pueden apartarlo de estos sentimientos. Tiene el tesoro a su disposición y todo el dinero que no va a Italia para realizar los planes de la reina se aplica a la construcción de buques. Sostiénese con el rey, halagándolo con la esperanza de que será poderoso en los mares e independiente de todas las demás naciones, y con la reina prohijando sus proyectos particulares. También he manifestado que continuando con semejante sistema ha evitado toda exterioridad, a fin de no despertar los celos de las potencias marítimas. Con este objeto sus buques se construyen y equipan en diferentes puertos para que sólo puedan zarpar dos o tres a un tiempo, sin que nadie los note ni llamen la atención de Europa".

El Almirantazgo español, consciente de que la manifiesta inferioridad numérica de las fuerzas navales españolas frente a las inglesas hacía imposible una guerra naval de escuadras a base de combates navales en mar abierto, apostó por utilizar las naves en protección y defensa de las plazas marítimas, lo que permitía además menores costos, así como en utilizar la guerra de corso como complemento y refuerzo de esta estrategia defensiva. En el plano ofensivo se llegó a pensar, únicamente, en atacar Gibraltar y Mahón, pero la idea realmente no podía llevarse a la práctica porque atacar ambas plazas exigía una gran fuerza naval.

Debido a la falta de apoyo internacional y a la precariedad de la Marina, la estrategia de las autoridades españolas se dirigió durante los primeros cuatro años de la guerra a promover la implicación de numerosos corsarios españoles y criollos tanto en aguas peninsulares como americanas, lo que obligó a los ingleses a tomar medidas adicionales que no habían previsto, para paliar las serias pérdidas de su comercio, diversificando su potencial bélico y debilitando su capacidad ofensiva sobre las plazas hispanoamericanas que pretendían conquistar. Una de las medidas más significativas fue el impulso que los ingleses tuvieron que dar a la construcción de unidades navales menores, más efectivas en la persecución de los bajeles corsarios, lo que se  hizo manifiesto en el incremento del número de capturas a partir de 1744.

Julián de Arriaga y Rivera. Una vida al servicio de la marina (1700-1776). María Baudot Monroy, Tesis Doctoral. UNED, 2010.

En efecto, mientras que los británicos no pudieron acabar con el tráfico mercante español, los españoles durante la Guerra del Asiento causaron gran número de pérdidas a aquellos. Además, las capturas que conseguía el corso inglés solían ser de escaso valor, frente a las ricas presas que solían hacer los españoles. A base de propaganda el gobierno inglés evitó que la cantidad de presas realizadas por el corso español se convirtiera en un grave escándalo público que les estallase en las manos en un momento muy inoportuno. Por ejemplo, contabilizaban como presas nuevas barcos mercantes españoles que en realidad eran represados. Es decir, contabilizaban dos o más veces el mismo barco. Así daban a la opinión pública inglesa una imagen satisfactoria sobre la guerra del corso. 


Ya a mitad del año 1741, en plena guerra, el corso español había realizado más de 180 presas, lo que supone un número de prisioneros cercano a 1000 marineros. Cifras a las que ni se acercaba el corso inglés. La Guerra del Asiento fue una gran época para el corso español, seguramente la mejor, y preocupó seriamente a las autoridades británicas. Añádase a falta de resultados del vicealmirante Vernon en el Caribe, adonde tanta fuerza naval británica se había desplazado, lo que hizo que el gobierno inglés llegase a temer por la seguridad de sus propias aguas en el Canal de La Mancha.

 

En octubre de 1739, casi a punto de ser declarada la guerra, España consiguió alistar esforzadamente el número de buques que permitían las circunstancias, aunque de algunos se preveía su cercana baja de servicio debido a las condiciones en que se encontraban. Aunque España contó teóricamente con 58 buques de guerra (sumando navíos, fragatas y buques menores), lo cierto es que algunos de los navíos no eran verdaderamente navíos de línea. Del total de buques, 11 se  pretendía dar de baja pero las exigencias de la guerra hicieron que permanecieran en servicio.

 

(Pulsar en las imágenes para ampliarlas)

IZQUIERDA: Sin título, obra de Augusto Ferrer-Dalmau. Se representa un navío español de la primera mitad del siglo XVIII navegando con gavias y juanetes, viento por la aleta de estribor, y bandera blanca con el escudo borbónico (aún no existía la bandera bicolor). Cortesía del autor.

 

 

Por el contrario, Gran Bretaña dispuso en diciembre de 1739 de más de 129 buques de guerra y durante el desarrollo de la contienda  (hasta 1748) añadió otros 55 buques construidos o capturados y 72 fragatas. Todo ello sin contar los buques menores. Ante semejante diferencia de fuerza es fácil pensar que el imperio español tenía los días contados, que España no tenía ninguna oportunidad. Hubo que solicitar apoyo de Francia, aliada de España por el Pacto de Familia.


Para entrar en guerra Francia exigió fuertes contrapartidas comerciales pero al final no aportó prácticamente nada al esfuerzo de la guerra, así que España tuvo que luchar sola contra la poderosa Royal Navy.

 

La guerra de Gran Bretaña contra España fue declarada el 23 de octubre de 1739, escrita en Kesington el día 30, y hecha pública el 3 de noviembre. Hacía dos meses que vicealmirante Vernon había sido enviado al Caribe con la misión de hacer caer el imperio español.

 

Dada la amplitud y complejidad de la empresa y de algunos de los preparativos, tales como la salida de la escuadra de Vernon y la concentración de efectivos y materiales en los puertos ingleses preparados para salir hacia el T.O. (teatro de operaciones), la operación tuvo que decidirse, gestarse y prepararse con bastante anterioridad, lo que es un motivo de peso para deducir que los ingleses ya pensaban atacar a España mientras se llevaban a cabo las conversaciones para suavizar los desacuerdos [ … ]

La batalla de Cartagena de Indias. Francisco Javier Membrillo Becerra. Publidisa, 2011.

En el conflicto habido entre 1739 y 1748, a pesar de su inferioridad, la Real Armada, sobreponiéndose con esfuerzo a las dificultades, demostró que sus navíos eran capaces de hacer frente a los de la Royal Navy, que sus marinos no tenían nada que envidiar a ningún inglés, más bien al contrario, y que no estaba peor preparada que su rival británica, siendo esta la mayor potencia naval de la época. Gran Bretaña tenía muy claro que el golpe debía darlo en América, donde más daño se hacía a España y más beneficio podían sacar, pero a pesar de las carencias de la Real Armada los británicos no consiguieron doblegar a los españoles en América, ni controla todo el comercio americano, ni acabar con el imperio español  --siendo este el propósito final al que aplicaron la magnitud de sus planes estratégicos--  aún poniendo en juego las economías europea y americana en un enorme escenario geográfico.

 

Fracasó completamente Gran Bretaña, a pesar del potencial desplegado el cual, a diferencia del conflicto precedente de 1727, en esta ocasión a las unidades navales les acompañaban fuerzas de desembarco para hacer efectivas las conquistas.

En la Guerra del Asiento, o de la Oreja de Jenkins, resultaron de gran valor los servicios de inteligencia españoles, que funcionaron con gran eficacia. Los espías infiltrados tanto en Londres como en Jamaica, base de operaciones de la escuadra inglesa en el Caribe, permitieron conocer los planes ingleses, de forma que, dentro de lo posible, pudieran prevenirse y organizarse las fuerzas españolas.

 

 

 

Mapa inglés datado en 1736 representando el Caribe. Obra del cartógrafo Herman Moll

 


Como iremos viendo a lo largo de los capítulos que componen este trabajo, los británicos actuaron contra La Guaira, Portobelo, Cartagena de Indias, Chagres, Cuba y otras posesiones españolas, además de actuar en el Pacífico; ocurrieron algunos episodios en el Atlántico donde destacan muy especialmente los combates contra el navío español Glorioso; en América también actuaron contra Francia al atacar la fortaleza de Luisburgo, en Nueva Escocia, episodio este tardío y cuando ya se había declarado la Guerra de Sucesión Austríaca (que coincidió con la Guerra del Asiento en sus últimos años). Un enorme empeño para derribar el imperio español, sin conseguirlo.

 

Fracasaron enviando al Caribe la fuerza naval más poderosa jamás vista por aquellas aguas; todo lo que conseguirían los british sobre los españoles fue ocupar temporalmente Portobelo (defendido por unos cuantos soldados) y el pequeño castillo de Chagres (prácticamente sin defensas), por un lado, y por otro capturar un galeón de Manila (el Nuestra Señora de Covadonga) en el Pacífico, captura que sirvió para convertir en persona sumamente rica para el resto de sus días al comodoro George Anson.

 

En 1740 estalló la Guerra de Sucesión Austríaca mencionada anteriormente. A finales de 1742 los contendientes pudieron calibrar la realidad de sus posibilidades e Inglaterra se olvidó de las grandes ofensivas navales dejando la guerra reducida a un intenso patrullar que, por parte inglesa, además, dio cobijo a un intenso contrabando destinado a suministrar a los mercados coloniales las mercancías que no podían llegar desde la metrópoli por el bloqueo de las tradicionales rutas marítimas.

 

En Europa, las relaciones entre Francia e Inglaterra se complicaban. Para Torres  (almirante español al mando de la escuadra destinada en La Habana) estos hechos podían tener unas consecuencias nefastas para los intereses españoles en América, ya que en aquellos momentos las colonias galas eran su principal sustento en cuanto a la provisión de víveres. En realidad la situación era comprometida, tanto para Francia como para España. Esto provocó un mayor acercamiento entre ambas potencias, teniendo como resultado el llamado Segundo Pacto de Familia, o Tratado de Fontaineblau, por el cual, el monarca francés quedó obligado a declarar la guerra a Inglaterra, además de tener la obligación de ayudar a España a recuperar Gibraltar y  a poner fin al asiento y al navío de permiso.

La Guerra de la Oreja de Jenkins: un conflicto colonial (1739-1748).Tesis doctoral, Jorge Cerdá Crespo, Universidad de Alicante, 2008.

Y así,  partir de 1743, las acciones bélicas entraron en una especie de letargo en el Caribe, trasladándose el conflicto a Europa, donde se realizaron combates en Silesia y Países Bajos principalmente. Franceses e ingleses también combatieron en India.

 

Las hostilidades finalizaron en 1748 mediante el Tratado de Aquisgrán, que ponía fin a la Guerra de Sucesión Austríaca y, consecuentemente, a la guerra anglo-española en el Caribe (España y Gran Bretaña tenían intereses enfrentados en el asunto austríaco). En el Tratado se establecía que todas las conquistas fueran restituidas a sus dueños existentes antes del conflicto, con alguna excepción.

(Pulsar en las imágenes para ampliarlas)

La batalla de Fontenoy, 1745

Obra de H.F. Emmanuel Philippoteaux

Pintado en 1873


Alegoría de la Paz de Aquisgrán de 1748

Biblioteca Nacional de Francia

Al terminar la Guerra del Asiento, por tanto, se retornó al statu quo anterior a la guerra. Ningún territorio español pasó a manos inglesas.

 

En 1750 Gran Bretaña renunció al Navío de Permiso y al Derecho de Asiento a cambio de 100.000 libras. Las condiciones firmadas en 1713 en Utrecht ya no servían. Las pérdidas inglesas tardaron muchos años en recuperarse. Mientras que España alargaría durante varias décadas su presencia en América gracias fundamentalmente a la defensa de Cartagena de Indias, los ingleses se vieron frenados en su expansionismo americano. De haber tenido éxito en sus planes, Gran Bretaña habría configurado un mapa americano muy diferente al que conocemos al provocar la caída del imperio español y apoderarse de posesiones francesas en Norteamérica.


Lo único que consiguió Inglaterra tras su costosísima campaña fue mejorar las posibilidades económicas para sus comerciantes accediendo al mercado americano. Por su parte, España entendió definitivamente que era tarea imposible defender un territorio de tanta extensión como lo era su imperio americano, mientras que en lo comercial a la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas se añadieron nuevas sociedades para fomentar el comercio: la Real Compañía de La Habana, la Real Compañía de San Fernando de Sevilla y la Real Compañía de Barcelona. Y América comenzó a dar pasos hacia su futura indpendencia.

 

Hoy día en Gran Bretaña sigue extendida la idea de que su fracaso en Cartagena de Indias, fue una retirada táctica que no tuvo mayor importancia, que los españoles eran por lo general incompetentes, que Gran Bretaña combatió en América inspirada por motivos altruistas tales como defender a sus comerciantes de las viles agresiones españolas porque esos comerciantes sólo pretendían hacer negocios honestamente pero que, lamentablemente, fueron capturados y torturados por incivilizados spaniards. Pero, sobre todo, Gran Bretaña quería liberar a los territorios americanos del insoportable yugo español evitando así la masacre a una esclavizada población nativa. Cualquier cosa con tal de no admitir algo evidente: con esta guerra Gran Bretaña trató de romper completamente el equilibrio internacional poniendo en liza toda su fuerza naval del momento. Un enorme esfuerzo que no le sirvió.

 

Pese a que en tierras de Su Graciosa no se admita (o no resulte agradable admitirlo, aún hoy) que aquella campaña fue un serio revés, aunque se quiera pasar de puntillas por encima de lo ocurrido, o se haya pretendido envolver en el silencio la frustración, lo cierto es que Gran Bretaña puso  en esta guerra toda la carne en el asador y el magno objetivo final  --eliminación del imperio español y su comercio--  se convirtió en un gran fracaso de la Royal Navy.

 

El peor fracaso naval de su historia.

 

 

 

 

 

 

 

Podemos hacer cualquier cosa con la historia, salvo escapar de ella

Abraham Lincoln

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Escribir comentario

Comentarios: 11
  • #1

    Javier (miércoles, 08 enero 2014 21:49)

    Excelente relato, al que cabe hacerle un apunte. El tratado o convención del Pardo de 14 de enero de 1739 fue el último esfuerzo del primer ministro Robert Walpole, conde de Oxford, de evitar la guerra. En él se estipulaban las cantidades a pagar por parte de la corona española de 95.000 libras como compensación a los mercantes británicos (reducida de una petición inicial de 200.000), y de 68.000 libras como derechos de Asiento que la Compañía de los Mares del Sur adeudaba a la Corona. El acuerdo fue firmado, pero muy mal recibido en Londres. La Compañía de los Mares del Sur rehusó pagar cantidad alguna por lo que el rey Felipe V retuvo las indemnizaciones. Sin opciones y en minoría, con la Casa de los Comunes, parte de su Gabinete e incluso el Rey a favor de la guerra Walpole se vio obligado a iniciarla. Aunque la guerra no se declararía hasta el mes de Octubre, siguiendo el estilo Inglés, las flotas con ordenes de ataque a los buques españoles empezaron a mandarse al Caribe desde la primavera.
    Un saludo y espero impaciente los últimos capítulos.

  • #2

    singladuras (jueves, 09 enero 2014 15:56)

    Javier: muchas gracias por el comentario y por tan oportuno como adecuado apunte respecto al Convenio de El Pardo, detallando éste, que viene a abundar en el tenso momento de relaciones hispano-británicas y a insistir en que, para esas fechas, era tarea casi imposible para Walpole evitar la guerra cuando se encontraba empujado, desde bastante tiempo atrás, por toda una "marea" favorable a la guerra con España, cuyos principales adalides eran los comerciantes, la presión de la prensa, la oposición política y el rey Jorge II. A Walpole le honra que fue defensor de la paz. Hasta que cedió.

    Pero, aparte del comentario, me ha sorprendido que haya sido posible insertar un comentario en una fecha en la cual aún no he hecho visible este trabajo sobre la Guerra del Asiento. No sé cómo lo ha podido ver, porque en el momento de escribir estas líneas aún estoy trabajando en ello y tengo ocultos los diferentes capítulos. Supongo que habrá sido un despiste mío y, sin querer ni ser consciente de ello, he hecho visible este capítulo durante el tiempo suficiente para que se haya podido leer.

    Sin embargo, he de decir que realizándose un despiste, error mío, y debido a tal eror ha ocurrido que el lector es alguien atento, que escribe un comentario tan positivo, entonces ¡bienvenido sea mi error!

    Un saludo. Y, créame, yo también tengo impaciencia por acabar todos los capítulos de este extenso trabajo, estoy en ello, ya falta menos, y espero que le gusten tanto como le ha gustado este. Sólo pido un poco de paciencia.

  • #3

    Rolando (viernes, 28 marzo 2014 14:29)

    Bueno, bueno, por fin vio la luz el tan esperado y secreto trabajo que nos tenía reservado el Sr. Romero Landa.
    Por lo que veo, no será lectura de un momento, al igual que aprecio que necesitará de toda nuestra atención para no perdernos en la gran cantidad de detalles que seguramente aporta nuestro querido aporreador (de teclas), aunque conociendo a nuestro amigo, seguro que todo habrá quedado explicado de manera cristalina.

    Le prometo ir dando buena cuenta de su relato, del que estoy seguro disfrutaré.

    Ya irá teniendo noticias mías según avance en la lectura.

    Ahora disfrute de un merecido descanso, que se lo ha ganado.

    Un fuerte abrazo.

  • #4

    singladuras (miércoles, 02 abril 2014 09:09)

    Rolando: que avises que "ya habrá noticias mías" ¡sí que es para echarse a temblar! Me pongo en guardia para lo que pueda caer, jaja (es broma). De tí ya sabes que estimo siempre los comentarios.

    Ve dando cuenta con tranquilidad, que hay mucho. Algunas imágenes se amplían bastante precisamente para apreciar detalles. Algunas de las ampliaciones se pueden volver a ampliar (el ratón se transforma en una pequeña lupa).

    Un fuerte abrazo.

  • #5

    Miguel (jueves, 30 abril 2015 00:17)

    Aparte del habitual compendio de insensateces, por lo menos pongan el nombre correcto: Juan de León Fandiño, no Julio. "Juº" es la abreviatura de "Juan" no "Julio".
    Por si les interesa, Juan de León Fandiño era natural de Triana ("junto a Sevilla"), hijo de Antonio de León Fandiño y Francisca de Paula, vecinos de Triana, ya difuntos en 1712. Se casó por lo menos dos veces, ambas en la villa de San Juan de los Remedios (Cuba): la primera con Ana Domínguez de Salabarri en 1712 y la segunda con María Guadalupe de Rojas en 1722. Tuvo por lo menos dos hijas: Paula (casada en 1731 con Francisco Luis Silverio) y Dorotea (casada en 1757 con Felipe Pérez). Juan de León Fandiño y su barco el San Juan Bautista (10 cañones y 80 hombres) fueron apresados por el Capitán (Sir) Thomas Frankland, del HMS Rose (20), el 4 de junio de 1742: "Captain Frankland has sent him to England, and he is now in Custody at Portsmouth" (The London Gazette, 3/VIII/1742).

  • #6

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